En los años ochenta, Alemania se presentó como un intermediario honesto para los intereses de España. Contribuyó al acceso del país ibérico a la CEE y a la OTAN. Además de los intereses comunes a nivel bilateral y europeo, las colaboraciones locales también enfocaron en la memoria.
"2022 es, de un cierto modo, un año germano-español," señaló el canciller federal Olaf Scholz en las consultas gubernamentales conjuntas celebradas en A Coruña, Galicia, en octubre de 2022. Dos meses antes, su homólogo Pedro Sánchez ya había sido invitado a la reunión del gabinete alemán en el castillo de Merseburg. Las consultas gubernamentales conjuntas entre ambos países son una tradición que se remonta a los años ochenta. Aunque se habían celebrado reuniones anuales entre el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Walter Scheel, y sus homólogos españoles entre 1970 y 1973, la visita de estado informal del canciller alemán Helmut Schmidt a principios del año 1976/77, combinado con unas vacaciones familiares privadas en Marbella, supuso un gran avance. En 1977, tanto el rey Juan Carlos como el presidente del gobierno Adolfo Suárez devolvieron la cortesía. Durante la visita inaugural de su sucesor socialista Felipe González a la capital alemana en 1983, el ministro de Asuntos Exteriores español Fernando Morán propuso consultas gubernamentales continuas, que se celebraron anualmente a partir de 1984: 1986 en Madrid, 1987 en Bonn, 1989 en Sevilla y 1990 en Constanza.
Había mucho que discutir: mientras las misiones diplomáticas alemanes en España mantenían informado al Ministerio de Asuntos Exteriores sobre los acontecimientos políticos más importantes de la transición democrática, éste estaba preocupado por la creciente violencia política. Los atentados terroristas de ETA en los bastiones turísticos de Marbella, Benidorm y Torremolinos, así como los intentos de chantaje de una guerrilla separatista canaria contra los operadores turísticos TUI y Neckermann, también afectaron a los intereses alemanes. Al nivel europeo, Bonn hizo campaña a favor de la admisión de España en la CEE, que Madrid había solicitado en 1977 y que se produjo a finales del año 1985/86. Por otro lado, la parte española se mostraba escéptica con respecto a la OTAN, entre otras cosas debido a las posiciones divergentes en la política de Oriente Medio y América Latina, así como en la cuestión de Gibraltar. Durante su visita a Madrid en 1981 el presidente alemán Karl Carstens allanó el camino para la adhesión de España a la OTAN al año siguiente. El gobierno del PSOE, en un principio hostil a la OTAN, cambió su postura en 1985, también a instancias de la República Federal. Sin embargo, la reticencia de España a participar en el proyecto conjunto europeo del avión de combate "Jäger 90" provocó la irritación entre Bonn y Madrid en 1988.
Al nivel local, se produjo un animado intercambio entre Alemania y España en la década de 1980, también en materia de política conmemorativa. Se celebraron numerosos hermanamientos de ciudades, por ejemplo, entre las ciudades universitarias de Wurzburgo y Salamanca (1980), los centros de la industria pesada Duisburgo y Bilbao (1985) y las históricas residencias imperiales de Aquisgrán y Toledo (1985). La asociación entre Pforzheim y Gernika (1989) fue especialmente simbólica, ya que ambas ciudades habían sido bombardeadas casi en su totalidad durante la guerra. El embajador Henning Wegener pidió perdón por el bombardeo de la Legión Cóndor alemana durante la Guerra Civil española el 26 de abril de 1997, el 60º aniversario de la destrucción de Gernika, en nombre del presidente alemán Roman Herzog. Aunque el embajador alemán Lothar Lahn fracasó en 1980 con su iniciativa de proponer al rey Juan Carlos para el Premio Nobel de la Paz, el monarca fue galardonado con el Premio Carlomagno a la "Unidad y Dignidad Humana" por la ciudad de Aquisgrán en 1982. Tres años más tarde, el ministro federal de Asuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca.
In the logic of the Cold War, the Federal Republic of Germany maintained a good relationship with its NATO ally Portugal, despite it being a dictatorial regime. At the same time, however, the FRG also supported the emergence of democracy in Portugal.
The “best-governed state in Europe” – this is how the Portuguese dictatorship was described by the right-wing intellectual Emil Franzel in 1952. Although this was by no means a majority opinion in the early Federal Republic of Germany, it nevertheless points to the flaw that Germany rarely maintained the necessary critical distance to its dictatorial partner in Portugal. Particularly controversial was the support of the Portuguese Colonial Wars via deliveries of arms, which were only reduced in scope in the mid-1960s due to international pressure. The initial course taken by the CDU and CSU in bilateral relations hardly ever changed, even with the replacement of the CDU by the social-liberal coalition in 1969 under Willy Brandt. The officials in Bonn were optimistic that the liberalisation of the “New State” would come about as soon as Marcello Caetano took office. In order not to endanger the good bilateral relations between the two nations, the Foreign Office refrained from officially supporting opposition forces, as this would have comprised the regime. Instead, in the style of the “Neue Ostpolitik” and with Egon Bahr’s concept of “change through rapprochement”, the Foreign Office tried to persuade the reformist and Europe-oriented forces in Portugal to initiate a regime change.
Against all expectations, the Portuguese dictatorship was overthrown before the neighbouring Franco regime. News of the events of April 1974 was greeted with joy in the Foreign Office. Soon, however, this great enthusiasm gave way to even greater concern. In the early power struggle which raged in revolutionary Portugal, the moderate political forces (PS and PPD) were clearly outnumbered by the communist ones. Consequently, the efforts of the Foreign Office and the Chancellery focused primarily on mobilising European social democracy in support of the moderate parties. Likewise, requests for economic aid were met, but only on the condition that free elections would be held in Portugal in March or April 1975. In retrospect, this was a courageous move on the part of the German government, since US foreign policy under Kissinger already considered the Portuguese transition a failure due to communist dominance and was thus discussing the expulsion of Portugal from NATO. In 1976, Schmidt could consequently claim with self-confidence that, in this chapter of world politics, even the Americans had followed German advice.
After the election of the first constitutional government in April 1976, bilateral relations between Portugal and the Federal Republic can be divided into three main lines. First, both the young Portuguese democracy and the Federal Republic were keen to quickly integrate Portugal into the EC. Although the process was marked by hitches, the extremely positive bilateral relationship between Germany and Portugal must be emphasised as a factor conducive to EC accession. Secondly, the economic relationship between the two countries deepened. However, the economic aid already mentioned was also flanked by incentives for German investment, from which sustainable cooperation developed. Thirdly, the development of democratic structures in Portugal remained an important pillar of bilateral relations, which were also largely provided by party-affiliated foundations. Finally, the successful integration of 100,000 Portuguese guest workers within Germany was acknowledged in bilateral talks under the Kohl government.